jueves, 4 de julio de 2013

The teatop





El té se evaporaba al igual que las caricias, los besos y todas las vivencias compartidas con él, pero al igual que en la tetera, cada uno de esos momentos, cada uno de esos recuerdos, quedaban atrapados en instantáneas en su mente, breves imágenes encerradas en su memoria como gotas de té rojo que prisioneras luchan por su espacio dentro de un cristal.




Tea is evaporating like the caresses, kisses and all the experiences shared with him, but like in the teapot, each of those moments, each of those memories, as snapshots are trapped in her mind, brief images locked into her memory like the red drops of tea that fight for their space within a crystal.

viernes, 28 de junio de 2013

En sus zapatos / In their shoes



A veces, no entendemos a las personas, nos enfadamos con ellas aunque los queramos. Y esto ocurre casi siempre porque esperamos que piensen y actúen conforme a nuestro pensamiento. Sin embargo, cada persona tiene su forma de sentir, de pensar y sus circunstancias. Si calzamos los zapatos del otro, nos ponemos sus gafas o miramos desde su ángulo... tal vez nos entenderemos mejor y seremos más felices.

Sometimes we don´t understand people, we get angry with them even if we love them. And this is almost always because we expect them to think and to act according to our thought. However, each person has a way of feeling, of thinking and their special circumstances. If we wear another's shoes, we wear their glasses or look at it from their angle ... maybe we will understand better and we´ll be happier.

domingo, 16 de junio de 2013

La espera



Tic, tac, tic, tac... el tiempo avanza en el laberinto de azulejos robando cada aliento de esperanza en una espera que no termina.

domingo, 2 de junio de 2013

La felicidad ajena


Observan distantes la felicidad ajena, porque su amor se rompió hace ya mucho tiempo... y su dicha con él.

viernes, 31 de mayo de 2013

El último beso


Camina sin rumbo, al cobijo de las estrechas paredes de cal. Un paso tras otro, centrando todos sus sentidos en el lento caminar para evitar así que su pensamiento vuele de nuevo hasta él. El aroma a guiso casero; el gris del empedrado; el sonido de sus pasos y el tacto rugoso de la pared desconchada... Pero el último beso le ha dejado un sabor agridulce a despedida del que no es capaz de desprenderse por muchos pasos que derroche entre el blanco laberinto.

viernes, 12 de abril de 2013

La delicadeza




Me gusta tocar tu nariz, porque es pequeñita,
me gusta acariciar tus mofletes, porque son blanditos,
me gusta mirar cuando duermes, porque eres dulce,
me gusta coger tu mano, porque es suave.

Y lo hago con esa delicadeza que te mereces, con el amor y el cuidado de un hermano que es feliz cuando le sonríes.



viernes, 25 de enero de 2013

Cuentos para no dormir: En la ribera del Tajo



Es una fría mañana de otoño, paseo por la ribera del Tajo en una pequeña localidad alcarreña. El agua refleja el sencillo puente creando una perfecta circunferencia mitad piedra mitad espejismo. Un puente objeto de tantas batallas y víctima de numerosos ataques que se erige una y otra vez por el tesón de un pueblo y la necesidad de unir lo que el río divide.  

Algo llama mi atención, me acerco un poco más a la orilla, el barro mancha mis zapatos pero yo sigo con la mirada puesta en lo que me hace temblar, temo acercarme, pero la curiosidad me puede.

Mis sospechas se confirman, junto a la orilla, lo que parece un tronco o la raíz de un árbol retiene de la corriente una mano que asoma a duras penas a la superficie. Una botella flota cerca, observo que tiene una cuerda atada y la sigo con la mirada. El hilo se pierde bajo la muñeca e intuyo que está atado a ella.

Pienso en llamar a la policía, pero al notar que hay algo en el interior del plástico intento agarrarlo primero. Una vez más la curiosidad es más fuerte que yo. Me agacho y alargo mi brazo, pero no consigo alcanzarlo, temo caerme. Miro a mi alrededor, es muy temprano pero puede aparecer alguien. No veo a nadie. Camino unos pasos hasta encontrar el palo con la única compañía que el sonido de las hojas que crujen con mis pisadas y un breve murmullo del agua. Ni siquiera los pájaros me acompañan en este momento. 
Vuelvo a la orilla y con el palo alcanzo la botella. Con un poco de dificultad engancho la punta del palo a la cuerda y tiro suavemente de ella.

Un momento, tal vez esto sea la prueba de un crimen. ¿Qué estoy haciendo? Debería dejarlo todo y llamar a la policía…

Pero no, una fuerza interior me impulsa. A pesar de todo, decido ser prudente y me pongo los guantes que he cogido para protegerme del frío, pero que siguen en los bolsillos de mi abrigo.

Abro la botella y la vuelco. Un cilindro de papel cae en la palma de mi mano y cuidadosamente lo extiendo. La letra es redondeada pero pequeña y muy estrecha, casi ilegible. Comienzo a leer:

A quien me encuentre:
No busquen a un culpable de mi muerte, mas yo soy la única responsable. 
Un  veintisiete de octubre de hace treinta y cinco años di a luz a dos bebés, a pesar del dolor y el aturdimiento, estoy segura de haber escuchado a esas criaturas llorar, y lo he recordado cada noche desde entonces. Sin embargo, me dijeron que habían fallecido y me enseñaron el certificado de defunción que más tarde se negaron a entregarme. Salí de la clínica con el alma desgarrada y el cuerpo destrozado, con la única compañía de un marido que me abandonaría antes de un mes dejándome sola en este mundo.
Durante estos años he vivido por y para averiguar la verdad de lo ocurrido y para buscar a mis pequeños porque, aunque nadie me creyó nunca, siempre he sabido que mis hijos vivían. 
Los busqué por los colegios de la comarca; intentando reconocer una mirada, un gesto; llamé a cientos de puertas y por fin, después de muchos años, apareció una esperanza.
Hoy, esa esperanza, un monstruo disfrazado de ángel, se ha esfumado. Apenas tengo fuerzas, estoy sola y enferma. La motivación por la que cada mañana afrontaba un nuevo día se ha evaporado, me rindo.
Sé que nunca los encontraré, que tendrán sus vidas y una familia en la que no tendría cabida. Tal vez desde el cielo los encuentre y pueda observarlos como si de una película se tratase, como un mero espectador. Es ya la última esperanza que me queda.
Pese a todo, quería dejar escrito en la tierra cuánto les quiero, y aunque nunca lean estas líneas, permanecerán escritas más allá de mi último aliento.
Emilia  Rendón

 
Con un nudo en la garganta, incapaz de asimilar la información, las piernas me flaquean y necesito sentarme. 
Busco el árbol más cercano para apoyarme y aún con la carta en la mano, cierro los ojos y respiro lentamente hasta que la sensación de vértigo desaparece. Meto la mano de nuevo en el bolsillo del abrigo, esta vez para buscar el teléfono y le doy a rellamada.
Rodrigo, necesito que vengasla voz me tiembla.

¿Dónde estás?

En Trillo, en la ribera del río.

¿Te has vuelto a meter en un lío? ¿Estás colocado?

No, no es eso, pero tienes que venir. He encontrado el cuerpo de una mujer.

¿Has llamado a la policía?

Te estoy llamando a ti, ¿no estás hoy de servicio?

Joder, César, ¿por qué quieres que vaya yo?

Porque creo que es mamá.